Y como siempre el miedo se apodero
de nosotros, y lo que pudo ser no fue. Hospedamos el miedo a lado de nuestra
comodidad, sin saber que nuestra comodidad también es un enemigo que nos
acompaña.
Que si, que ya lo sé, que la
comodidad es necesaria, pero en exceso nos produce problemas serios, hace que
no avancemos al progreso.
Lo rutinario se vuelve una enfermedad que te persigue y no
se va, si tú no decides abrir las ventanas y llenar de aire nuevo tu vida y
hacer que funcionen los engranajes de nuevo. Y para que haya cambio hay que
arriesgar, es la única manera de saber si va funcionar o no. Y además te digo
que de todo se aprende, tanto si las cosas tiran a mal, o a bien, y como
tenemos el control de hacer que todo cambie solo tenemos que volver fijar otro
reto.
Pero es cierto que siempre nos da miedo a cambiar, a salir de nuestra zona de confort, aventurarse como si fueras un chiquillo de quince años haciendo locuras y no atendiendo a razones. Le prestamos más atención al miedo que a las sensaciones que podemos obtener si dejamos a este de lado. Y no arriesgamos, no somos valientes dejamos que pase el tiempo sin hacer nada, sin esforzarnos por lo que realmente queremos en vez de dejarnos llevar por la aventura. Y un día al final te das cuenta de que no eres quien quiere ser, o nos has hecho lo querías hacer, o cualquier otra cosa que te cree insatisfacción personal, y todo ello porque tus emociones te han dominado en vez de tu dominarlas a ellas.
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